De Luis Salvador Carmona. 1743. Madera policromada. 199 x 88 x 70cm.
Insigne y Real Colegiara. Parroquia de la Santísima Trinidad Hermandad de los Dolores.
La presencia de la corte en El Real Sitio de San Ildefonso de la Granja motivó el crecimiento del poblado en torno al palacio, para poder alojarse el personal de servicio de palacio junto a sus familiares. Además de viviendas, se edificaron lugares de culto para las funciones parroquiales y para asentamiento de cofradías. Una de ellas era la Iglesia de Nuestra Señora de los Dolores, en donde se encontraba la cofradía de María Santísima de los Dolores. La imagen principal de esta institución era la presente escultura en madera policromada. una de las más importantes de luis Salvador Carmona, a juicio del profesor Martín González. La imagen fue donada por el mayordomo de la cofradía, Juan Vizcaíno. En el libro de acuerdos se cita la autoría de Carmona para esta imagen, que habría sido realizada en 1743 y colocada en la iglesia al año siguiente en donde figura como advocación principal del templo, dentro de su retablo mayor. Además era imagen profesional, que se sacaba a la calle en los desfiles de la cofradía.
La iconografía presenta una puesta en escena muy interesante por su originalidad al fundir dos interpretaciones distintas en la misma imagen. Se ha hecho ver el antecedente de esta escultura, la Dolorosa de Pedro de Mena en las Descalzas Reales de Madrid. La figura de María aparece de pie, con las manos juntas con los dedos entrelazados. La cabeza mira hacia arriba, por lo que está claro que lo hace hacia el lugar donde está clavado Cristo en la cruz. En este sentido, se representa el «Stabat Mater», o la referencia narrada por San Juan de la presencia de la Madre al pie de la Cruz. Pero de hecho de que una espada la atraviese el corazón en señal de dolor, fusiona aquella temática con la de la Dolorosa.
La interpretación artística la sitúa dentro del barroquismo de la primera etapa del escultor, en el que los influjos de Mana, a través de las obras de este autor seiscientista andaluz existentes en Madrid, se unen a su formación con Juan Alonso Villaabrille y Ton. Además está el espíritu delicado y de una elegancia dotada de gran refinamiento que el aporta el mundo del Rococó presente en la Corte, en especial a través de Olivieri. Con todos estos componentes, Luis Salvador Carmona crea una imagen característica de su estilo. El movimiento se logra por la composición y el tratamiento de las superficies. La primera evita el frontalismo, al disponer los brazos en una orientación en diagonal, que se opone a la que sigue la postura de la cabeza. El segundo, a través del movimiento aleteante de los paños, en especial del manto, que desde la cabeza cae en ritmo vertiginoso de plegados envolviendo a la figura por el talle y enrollándose en le brazo izquierdo. De igual manera, la toca vuela sobre el pecho y se posa sobre el mismo brazo. Los pliegues se tallan con las aristas vivas de origen berniniano, cargadas de expresividad, y con su habitual virtuosismo técnico, también heredado de Mena, gracias al cual esculpen finas láminas de madera para sugerir adecuadamente las calidad de las frágiles telas.
La forma de entrelazar los dedos, de formas alargadas y sinuosas, o la dulzura mórbida del rostro enlazan con ese espíritu elegante y sofisticado del mundo del rococó. Luis Salvador Carmona, como hombre de su tiempo, prefiere una interpretación juvenil y atractiva de la imagen de la Dolorosa, con una visión melancólica frente al expresionismo lacerante de los grandes maestros del barroco del siglo XVII. La imagen apoya sobre una peana de perfil mixtilíneo, con patas y tarjetas de formas sinuosas características de la decoración rococó.
La policromía tiende a eliminar formas accesorias decorativas y concentrarse en la fuerza de los tonos planos, dispuestos con gran intensidad de color: el manto de azul cobalto, la túnica rosa y la toca blanca. Sólo en las estrechas orlas del manto se permite introducir unos sencillos motivos de entrelazado curvilíneo dorados sobre fondo rojizo. Esta misma sobriedad decorativa se vinculaba adecuadamente con la solemnidad dramática del tema.